Hoy la tarde se viste un instante de azulgrana para traer este recuerdo: El 2/12/1979 San Lorenzo y Boca igualan 0 a 0, un resultado como cualquier otro si no hubiera sido porque ése fue el último partido que se jugó en el viejo Gasómetro de Av. La Plata e Inclán. Hermoso estadio, del que se veía bien de todos lados. Presencié finales de fútbol, partidos cualunques, recitales de rock y hasta estuve en algún baile de Carnaval. Durante muchos años por capacidad y ubicación fue el estadio más importante del país.
¿SE ACUERDAN DE EL CHUENGA?
Y como para profundizar un poco esta evocación, detenernos nuestra mirada en un personaje habitué de aquellos tablones (de los cuales quisiera tener una astilla en mi relicario): Hablaremos de CHUENGA, un personaje de nuestro folclore ciudadano y futbolero, que también jugó su último partido un diciembre, esta vez un 3 de diciembre de 1984.
Me contaba mi viejo que era habitué de ese estadio, como lo fui yo después que antes, ese antes de los años treinta y parte de los cuarenta, los vendedores de golosinas que andaban por las tribunas del Gasómetro tenían guardapolvos marroncitos y gorras como las de los guardas de trenes. Después aparecieron los de café Sorocabana y los de Coca, disfrazados con otros colores, unos de caqui, los otros de rojo.
Por el Gasómetro y también por otras canchas, mi viejo, yo millones de hinchas conocieron a este Chuenga, un vendedor singular, vestido siempre con pulóveres muy llamativos y que caminaba de una popular a la otra con su bolsa, cuando todavía las hinchadas cambiaban de arco y se podía pasar frente a la hinchada visitante sin que se armara mucho quilombo. Se llamaba José Eduardo Pastor pero lo conocíamos por el nombre de su producto: Chuenga, inolvidable para varias generaciones de aficionados.
Chuenga vendió sus caramelos desde 1932 hasta 1979, cuando cierran el Gasómetro, Lo sigue haciendo en tantos otros estadios hasta 1984, claro, cuando falleció a los 69 años. Porque Chuenga andaba por todos los estadios de Buenos Aires y también en el Luna Park. Vivía en Floresta, pero eso sí, Chuenga era hincha de Defe, en esa cancha se lo podía encontrar todos los sábados. Claro, cuando la Primera B se jugaba los sábados.
Pastor llamó Chuenga a su producto, y él mismo quedó identificado así, al argentinizar la denominación inglesa de "chewing gum" que aparecía en los envoltorios de los chicles a principios de los años treinta. Nadie más que Chuenga vendió Chuenga, aunque intentaron copiarlo más de una vez y, por supuesto, no funcionó. Nunca se supo la fórmula ni qué precio tenían ese turrón duro y dulzón entre blanco y rosado. El hombre entregaba al comprador una cantidad desigual siempre cualquiera fuera el valor de las chirolas que recibía. Te daba lo que quería. Era parte del código, del encanto, del personaje, del pequeño negocio. De la vida.
Todos escuchamos decir que Chuenga era millonario y vivía en una mansión, que andaba en los mejores autos, que había vendido por millones a Estados Unidos su fórmula empalagosa. Pero lo cierto es que Chuenga siempre anduvo en bondi. Sus vecinos decían que era un hombre sencillo, que su casa era modesta y que la pasaba fabricando los caramelos que vendía los fines de semana. Ni el Gasómetro, ni Chuenga están ya entre nosotros. Vaya por ellos una lágrima piadosa y este rezo hecho evocación nacido del fondo de esta religión que a veces es el fútbol.
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